Como un naufrago perdido en
medio del océano, que mira al firmamento en una noche de siniestra eternidad,
Observo el caos de la existencia plasmado en las calles de lugares comunes en
una vida alejada de la verdadera felicidad. Donde ciudadanos de un mundo tan
cosmopolita que a veces pareciera que ha perdido su identidad, llena de basura demagógica las
almas insalubres de moradores del viento que viene y va.
Por ello no es difícil identificar
el cáncer que apremia nuestro ser en la coexistencia de un espectro
superficial, ya que las vivencias sociales muestran el camino de una era
individualista que confunde ser plural; por la densificación de los cuerpos que
habitan un mismo espacio determinado de las urbes del nuevo olimpo metafórico.
Donde los dioses poseen códigos
y normas distintas de su naturaleza intrínseca que es mortal, soportada por el
oro y la plata de las minas oscuras del poder concentrado en románticos predadores
que destruyen libertades; de nuevos esclavos postmodernos enraizados en una
cultura supuesta libertaria, que los hace enamorar del culto a los paganos
actuales vestidos de telas finas y exótico ajuar.
De ahí que una sociedad autómata
sea posible, suicidando nuestros sueños de arboles verdes en sabanas naturales
o antrópicas con niños y niñas cultivando el oficio muy sano de la imaginación no
contaminada, desprovista de militancias y enfermedades sociales producto de una
generación perdida que mira al mundo como su propiedad; y no a la madre tierra
que nos da la vida para alcanzar el amor unido a la fraternidad.
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