Largas y
recurrentes tertulias de filántropos con
fines altruistas retumban sobre una fría ciudad, que parece haber perdido los
sentidos y se funde en la agonía de la desigualdad; como aquel afectuoso selenita que perdió su gran
amor tras una pérfida compañera que nunca pudo valorar su compromiso filial.
En fin, la esquizofrenia citadina manifiesta la verdadera naturaleza de aquellos moradores ajenos a la realidad latente de su contexto y que pasan inadvertidos al diario vivir, camuflados en la rutina de la grotesca sociedad que busca el supuesto beneficio particular por encima de la convivencia social de todos los moradores; hacinados en la selva de cemento con cadenas tróficas donde todos parecen depredadores depredados por una existencia sin sentido basada en modelos cimentados en el consumismo.
De este modo,
aquellos románticos ciudadanos enamorados de la urbe que puede ser la tuya, la
mía o la nuestra parecen ser animales en
vía de extinción que se confunden casi en la nada gracias a las altisonancias
de sus voces; parece ambiguo pero el mismo poder de sus fauces es lo que los
aleja de una humanidad controlada por
otra minoría mucho más fuerte que maneja los destinos de este ecosistema urbano
siniestro.
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